jueves, 4 de febrero de 2010

La palabra no dicha


Porque no tuvo casa, ni terreno,
ni alfabeto, ni sábanas, ni asado,
y así de un sitio a otro, en los caminos,
se fue muriendo de no tener vida,
se fue muriendo poco a poco
porque esto le duró desde nacer.
PABLO NERUDA


   Las más de las veces, el refugio de la miseria es la locura. Lo he visto en las calles de esta ciudad, al fijar mi mirada en las miradas vidriosas y perdidas de sus mendigos.
   Mi limosna puede, quizás, aliviar el hambre de algunos. Pero en nada conmover las cárceles en las que moran sus locuras.
   Agradezco, no sé a quién, que así sea. Porque liberarlos de ellas habría sido entregarlos a la insoportable conciencia de un destino más dolorosamente absurdo que la propia miseria y su insano refugio.
   Mejor ser mamíferos hambrientos y extraviados que hombres débiles entre las garras de otros, necios y voraces. Esto me dije, para imposible consuelo de ellos y mío.
   Sin embargo, desde mi intemperie, no puedo evitar el temor de una muerte como la de ellos, que se van muriendo de no tener vida... poco a poco. Allí, en ese sepulcro abierto, nadie sabe hasta cuándo, de la miseria y la locura.
   Nada se puede decir de lo indecible. De este estremecedor y abismal misterio de la necedad humana. Tan sólo que, si hay un horizonte en el que “el ocaso del lenguaje” acontece, ese horizonte es éste: el de la miseria y el de la locura que el hombre inflige al hombre.
   Sólo la muerte habrá de hundir, en el silencio del universo, la palabra no dicha del hermano al hermano.