sábado, 23 de octubre de 2010

El laberinto, metáfora del extravío.

El laberinto es una metáfora del extravío. Una metáfora de la conciencia perdida del existir. Casi una ausencia. Carece de substancia. Y su intento de geometría es vano.
No hay laberintos preexistentes a los que se ingrese por decisión o por azar. Cada conciencia extraviada va trazando el suyo desde su reiterado y angustiante otear la presencia del sentido. Por esto, todo laberinto es laberinto de miradas y de ansias. Y es su consistencia -o su levedad- la imaginaria del deseo y de su compulsivo apetito.
 Las miradas del laberinto son miradas que se miran a sí mismas en infinitos espejos desde los que se abren caminos infinitos e interminables. Que sólo pueden ser mirados, no recorridos. Caminos inconsistentes, sutiles, imaginarios. Obsesiones hipnóticas de miradas que anhelan encontrarse con el sentido que esperan y que, detrás de cada espejo, inconfesadamente imaginan serlo.
Nunca se habrá de matar al Minotauro. Significaría morir a todo deseo y a todo apetito, y morir, así, al sentido imaginado de sí mismo. Si esto aconteciera, el universo de muchos se desvanecería. Ya no  habría en él ni miradas, ni espejos, ni laberintos.
 Son las miradas de Teseo las que van trazando el laberinto. Y es Ariadna quien recoge cada una de ellas para que el regreso sea posible, porque no está libre de temores el alma joven del héroe.
Retornar depende de ese fragilísimo hilo y del imaginario supuesto de que el trazado de las miradas habrá de ser luminosamente geométrico y, así, fácilmente aprehensible por el recuerdo. El hilo se va hilvanando desde esa misma conciencia y desde esa supuesta geometría, y la frágil Ariadna es su incansable memoria.
La cuestión del retorno parece vana. El laberinto es la enmarañada urdimbre que febrilmente tejieron las miradas de Teseo. No el   camino de la luz y del sentido imaginado. No hay en realidad retorno posible. Sólo queda sostener la mirada vacía del Minotauro en las negras cavernas del útero vanamente añorado. No habrá hilo ni memoria. Ni miradas ni espejos. Será Teseo un hombre nuevo, en camino al Universo. Y Ariadna, la conciencia plena, luminosa y pacífica de cada instante. 
Es ésta la conciencia reencontrada de Teseo: que es una e idéntica la añoranza del útero y la esperanza del sentido.  

Ilustración: Teseo, de Antonio Canova, 1783.

Sólo el diálogo nos libera de las muertes mutuamente infligidas


Sólo el diálogo que intenta la verdad nos libera de las opresiones mutuamente infligidas.
Sólo el diálogo nos libera de la ilusión de la autosuficiencia.
Sólo el diálogo nos libera de la necedad en la que muchas veces nos acontece recluirnos.
Sólo el diálogo nos torna humanos.
Sólo siendo humanos accedemos a lo único que de verdad cuenta, más allá de la labilidad del poder y de la riqueza: esa mirada plácida, franca y serena en el encuentro con la mirada del otro.
Sólo el diálogo alberga la simiente del sentido y de la vida.
Sólo el diálogo nos libera de las cárceles mutuamente infligidas.
Sólo el diálogo.
En todas las instancias.
En todas las crisis.
Sólo el diálogo.


La autoría de la fotografía que ilustra estas líneas pertenece al Grupo Escombros.