jueves, 18 de marzo de 2010

Exégesis del silencio


Las tradiciones y los textos sagrados intentan narrar hechos ejemplares y expresar caminos de sabiduría para que el hombre no se extravíe de las creencias que habrán de salvarlo de la insensatez y pueda habitar la cordura.

Son, esas tradiciones y textos, texturas de significados expresados en palabras escritas o dichas. Y lo son también en silencios no decibles. Ambas texturas se entretejen en una sola urdimbre. La que pareciera hacerse manifiesta en las palabras sólo se torna plena desde el reverso de los silencios. Es, así, en palabras y en silencios, como se manifiesta la textura de los significados que una sabiduría milenaria dio en llamar "sacros" y una necedad contemporánea desconoce.

Toda palabra puede interpretarse desde la cultura que le es propia. Pero no hay silencio raigal que pueda interpretarse dentro de ella. No lo hay que pueda interpretarse fuera de lo no decible que lo origina. Es por esto que ese silencio de raíces trasciende las culturas, y es, a la vez, el lenguaje indecible que a todas ellas comunica. Es por esto que no son transmisibles los silencios. Y es por lo mismo que la sabiduría se aprende desde sí, pero no se enseña, aunque ilusoriamente pueda parecerlo en el intento de ser dicha.

¿Podrá, entonces, entenderse la prueba de Abraham sin oír el silencio ahogado de Isaac? ¿Podrá verse y sentirse la mirada de Isaac horrorizada ante el brazo filicida de su padre? ¿Podrá comprenderse que Elohim pruebe la fe de Abraham en la descendencia prometida pidiéndole la muerte del germen? ¿Puede un dios anteponer el filicidio a la ratificación de la fe en lo prometido? ¿Es esta fe, toda fe, superior a la vida? ¿No es necedad infinita que la vida de un hijo valga menos -valga nada, pues de su muerte se trata- que una creencia, por más que de ésta dependa una multitud más numerosa que las arenas del mar?

Hay silencios de palabras. Y los hay de respuestas, como la del Padre al Nazareno. De ambos silencios están hechos los libros sagrados. Al igual que ese texto sacro que es la vida de cada quien. Y cuyas tramas de significados -desde sus palabras y sus silencios- inevitablemente cada uno habrá de componer en su búsqueda de lo significativo. Habrá de hacerlo desde su propio tiempo y desde los silencios más profundos e incomunicables que lo No Decible en él origina. De hacer esto nacen hombres religiosos, quizás poco amantes de las religiones, pero intensamente respetuosos de las culturas y de los silencios con que Lo Indecible se expresa en el corazón de cada hombre. Son ellos, discípulos y exégetas de los silencios, los que logran dar el primer paso.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Diré tu nombre en mi soledad...

Diré tu nombre en mi soledad,
sentado en las sombras de
mis callados pensamientos...
Y lo diré sin palabras y sin razón...
RABINDRANATH TAGORE

    Si con simplicidad de espíritu buscas una definición de ese Algo, al que llamas con el nombre "Dios" -u otro para ti equivalente- sin enmarañarte en densas y complejas especulaciones de teólogos y filósofos, o de ciertos místicos escribientes, imagina ésta, simplísima: que Dios es tu mano. Y haz este ejercicio que cierta vez me enseñara un maestro espiritual -no un filósofo, no un teólogo, no un místico escribiente- que sabía hablarle al alma desde lo más hondo de ella porque, según podía inferirse de sus palabras, había sido el Desierto de Dios su Maestro. Es así:
    Mira tus propias manos. Sabrás si eres ateo o no. Míralas. Si cerradas o abiertas.    Si perezosas o activas. Si lentas o rápidas. Si desmoronan o edifican. Si arrasan o siembran. Si dejan caer o sostienen. Si abofetean o consuelan.
     Por ellas haces a Dios en ti. Lo recreas y te creas cada vez que la ofrenda que de ellas mana incrementa vida en la vida de tus semejantes.
     Cuando ya no adviertas que son tus propias manos las de tu prójimo, algo de eso que llamas Dios estará acaeciendo en ti. Si eso ocurriera, no lo sabrías. Tan sólo una sospecha te nacería cuando, al intentar cerrarlas, sintieras dolor e imposibilidad.
     En ello estriba lo necesario. Pero podrás sentirte solo y ser esta insuficiencia la que te entristezca. Cúbrela, si así te pesa. Concédete la oración a ese Algo que te habita. Y, en lo recóndito de ti, ora sin palabras -no las hay ni para contenerte ni para contenerLo-. Será la paz la respuesta. Y sentirás que ella te es suficiente.
     (No busques palabras que Lo nombren. No las hay. Como amor no es "amor", sino amar, que carece de nombre...)

domingo, 14 de marzo de 2010

José de Arimatea


Sobre la escultura de Miguelángel
Descendimiento de la Cruz
en Florencia.

Una cúspide augusta de triángulo.
Una penumbra gris, plena
como el lomo sereno de un remanso.

El Cristo muerto yace vivo
en el marmóreo
silencio del anciano.

Queda la piedra muda.
Una palabra tácita del mármol.
Un dolor hecho talla y piedra
en la cúspide augusta
de un triángulo