Duarte Rodrigues, Aranjuez, Espanha, Aranjuez,
03/01/2009
I
Un texto de letras talladas en oro y ébano, de
alineación perfecta sobre un muro de igual metal. Bloque enigmático de
escritura tan bella como ignota. Grafismos geométricos, apacibles en su
perfecta armonía de líneas, brillos y penumbras.
Contemplé ese muro majestuoso sin intento alguno
de lectura, ni de hurgar en su recóndito significado. No eran sus letras, sino
su urdimbre armónica y luminosa lo que de él me atraía. Duró ello un instante.
Sentí el aliento de un ángel hecho susurro en mis oídos: -Mira y no pienses, me
dijo.
Desperté. Ni el muro ni el ángel estaban. Hoy
escribo este sueño. Siguiendo el consejo del ángel. Sin pensar.
II
Siete figuras blancas, longilíneas y mitradas
cargaban sobre sus esmirriados hombros el ataud del Anciano muerto. Pausados y
sigilosos lo depositaron frente a las rejas, altas y negras, de Aranjuez. Así
los vi desde una estrecha y oscura callejuela que allí se asomaba. Y me dije: -Alguien ha
de enterrar ese cuerpo. Cargué su pesadez sobre mis hombros, empujé las rejas
y, mientras atravesaba el dintel, desperté de mi sueño.
Siempre me pregunto sobre ese abandono,y la
sepultura nunca consumada. No sobre el Anciano, porque en el sueño supe su
nombre.
III
Vi, en una noche iluminada por un apacible y argénteo
plenilunio, un lodazal de fangosos excrementos que se extendía hasta donde mi
visita no alcanzaba.
Luego me vi en el interior austero de una
precaria choza enclavada en la desolación de ese paisaje. Estaba sentado frente
a una mesa de rústica factura. Un triángulo de luz polvorienta e intensamente
dorada descendía sobre mí. Fue entonces que una voz me ordenó salir del lodazal
y llevar el pan a la multitud que –yo sin saberlo- la habitaba. Respecto del
pan al que ese mandato se refería, entendí que no era el mío. Por otra parte,
no había pan alguno en la pobreza de esa despojada choza.
Con aquella voz todavía en mis oídos y con la
premura con que ese mandato me acuciaba, desperté de mi sueño.
Han transcurrido muchos años. De tanto en tanto
pueblan mi vigilia –aquella “la de los ojos abiertos”- el lodazal, la
desolación, el hambre ajeno, el misterioso pan no mío, el mandato y el
desconcierto de ese ya lejano despertar.
ooo
Me sucede, a veces, recordar sueños peregrinos
como éstos. Los escribo como testimonios de aconteceres extraños que suelen
darse en ese tenue horizonte que separa nocturnidades de despertares. Allí
donde las metáforas, como afiladas sombras, se alargan sobre las soleadas
vigilias en pos del enigma de aquello que, no obstante la luminosidad de la
vivencia, nunca podrá ser dicho.
2 comentarios:
Esa inasible materia de los sueños...Lograr transmitirla en lenguaje poético. A mí me fascina. Y esas imágenes de un tiempo mítico, recreado. Es una voz profunda que transmite espíritu.
Cristina Lacava dijo...
Bellas imágenes de un mundo entrevisto, adivinado. La lectura crea expectación y deseos de indagar ámbitos desconocidos.
Es muy grato su conocimiento. Aspiro a que haya muchos sueños más, contados con esta maestría.
Esto lo digo en serio, deberías seguir volcando estas experiencias oníricas en tan perfecta prosa. Es un placer leerlas.
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