miércoles, 20 de enero de 2010

José vendido por sus hermanos


    Veinte monedas de plata fue el precio que por José pagaron los mercaderes que de Galaad iban a Egipto. Con esas mismas monedas la casa de Jacob-Israel compró su esclavitud.

     Todo precio que se pone al hermano es bajo. Es por esto que poco cuesta la amargura de la esclavitud. Ésta es la enseñanza.

     Amargadamente lloró Jacob sobre la engañosa túnica de José. Y amargadamente lloró su pueblo en Egipto, donde todo pan le fue amargo y, toda sed, insaciable.

     Nada se sabe, si lo hubo, del pecado de Jacob. Sólo de la venta que sus otros hijos hicieron de José. Y queda la conjetura de que mucha habría sido la vergüenza padecida para que tan sumido en el olvido quedara el hecho ominoso de que fue vender a su hermano lo que generó la esclavitud. También de Moisés fue el olvido cuando culpó al Faraón por la sujeción de su pueblo. Y más abismal lo fue, cuando, liberándolo, lo dejó esclavo del ancestral fratricidio. Habrá de ser esta esclavitud, oculta e indecible en las entrañas judías, la que habrá de consumarse por treinta denarios en la muerte del Nazareno.

     Es ésta la enseñanza: que el origen de toda esclavitud siempre ha sido vender al hermano. También, que esto acontece cuando una nación se fragmenta en la venta que los nacidos de ella hacen de sus congéneres y en la mutua apropiación que cada uno de ellos hace de lo ajeno. Y, finalmente, que, con la muerte que el hermano inflige al hermano cuando vendiéndolo lo excluye, reitera el fratricidio ancestral del que fueron víctimas José, el Nazareno y millones de seres humanos que habitaron y habitan el planeta.

     Cuando las naciones se deshacen, el Estado se transforma en ese hueco de ficción que hombres corruptos imaginan para hacer soportable el fratricidio que generan y la necedad de su codicia.

     Muchas banderas flamean hoy que no son de Estados reales, ni de naciones existentes. Tan sólo, trapos fatuos con los que la corrupción fraticida -toda corrupción lo es- intenta cubrir su fétida desnudez. El resultado de ello es esa mísera y amarga esclavitud en la que muchos pueblos yacen sumergidos.

     La liberación es renunciar, hoy, a las veinte monedas de plata, y, mañana, a los treinta denarios. El que esto entienda tendrá la apacible libertad que los hijos de Jacob tuvieron antes de vender a su hermano, y aquella que hizo que María y Juan no temieran en el Gólgota ni el poder de algunos hermanos judíos, ni el poder de tantos romanos....

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