Chagall. Caín y Abel.
Silencia el Génesis el dolor de Eva y el dolor de Adán por el fratricidio de su hijo Caín y por la muerte de su hijo Abel. Como si con ambos silencios se hubiera amortajado el primer e indecible dolor de los padres por el primer e indecible fratricidio… Todos ellos –padres, hijos, hermanos- creados, paradójicamente, por Elohim a su propia imagen y semejanza.
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Fue la predilección de Elohim por las ofrendas de Abel y no por las de Caín lo que indujo a éste a consumar el fratricidio. No fue motivo de ello ni el odio ni la envidia respecto de su hermano Abel, sino su decepción respecto de Elohim, su dios. Y fue, así, su venganza privar a Elohim de las preferidas ofrendas de Abel.
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Silencio de Eva y silencio de Adán frente al cadáver del amado hijo Abel, muerto por el amado hijo Caín. Fueron ambos silencios –cuyas densas y alargadas sombras hasta hoy nos llegan- el primer testimonio del dolor que, desde las entrañas humanas, se habría de enquistar en las entrañas mismas de la creación. Silencios que el relato bíblico celosamente esconde en sus pliegues, quizás por ser indecibles esos dolores y por ser los silencios la única piadosa mortaja que pudiera cubrirlos.
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Fue así como, según el Génesis, el primer fratricidio –reiterado luego a través de los siglos- fue consecuencia del rechazo de la ofrenda que el joven Caín le hiciera a Elohim. Y fue la muerte de Abel la pretendida venganza que Caín imaginó posible sobre su dios.
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Nada dicen los libros sagrados acerca de si la muerte de Abel y la consiguiente privación de sus ofrendas tocó el corazón de Elohim. Tampoco, si se conmovió por el dolor de Adán, de Eva, y de la multimilenaria herencia del dolor que Caín dejaba a sus descendientes.
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Consecuencia –todo ello- arquetípica, y jamás imaginada, de la expulsión del Edén por la desobediencia incurrida al haber comido nuestros progenitores el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, uno de los dos árboles prohibidos plantados en el medio del Edén –no sabemos con qué fines- por Elohim.
1 comentario:
Elohim, está callado. ¿Serán suficientes las voces interiores con las que le hablamos? Nos falta el acto perlocutorio, al menos a gran parte de la humanidad. Felices los que hallan respuestas, alejadas del miedo y la culpa, que la tradición judeo-cristiana nos instó a experimentar.
Saludos.
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