Dejo a los varios porvenires (no a todos)
mi
jardín de senderos que se bifurcan.
JORGE LUIS BORGES
Muchos
son los mundos reales, e infinitos los posibles. Son, ambos, los de cada quien.
Los reales, que son procesos y estructuraciones de hechos a ellos consecuentes,
generados a partir de opciones concretas del aquí y del ahora. Y los
posibles, aquellos otros cuya existencia tornó imposibles las opciones
desechadas.
Vivimos
-lo aceptemos o no- en el mundo real, en el de ese cada uno que es cada quien. Mundo tangible, concreto, a la vez que indecible.
De penas y alegrías, de pacificaciones y sobresaltos, de iluminaciones y
oscuridades, de frutos y desgarramientos. Vivimos en él en radical e
incomunicable soledad, cercados por un horizonte de finitud al que hemos
llamado muerte y al que vanamente
intentamos imaginar inalcanzable.
En
los socavones de nuestra fantasía se abre infinito el mundo de lo posible.
Aquel que se va construyendo, en cadenas interminables de consecuencias y
azares, a partir de cada opción desechada en cada una de las bifurcaciones en
que la vida se nos fue abriendo. Aquel que Borges, en su Sendero de los caminos que se bifurcan, imaginó infinito, que no alcanzó
a construir aquel astrólogo chino -Ts’ui Pên- y en el que, de haberlo logrado,
los hombres se hubieran perdido.
Así
se va plasmando el mundo de lo posible de cada quien. Cuando, en vez de optar
por el sendero que se abre a nuestra derecha, optamos por el que lo hace a
nuestra izquierda. O cuando, desechando éste, nos entregamos a aquél. Como si
fuéramos un huso que entreteje una trama imprevisible en la que, finalmente, el
reverso inesperado es lo posible, y lo real, igualmente inesperado, el camino
que vamos siendo.
Ese
reverso contiene, cifrados, infinitos futuros, infinitas identidades, infinitas
relaciones. Todos ellos posibles. A ellos conducen los senderos no emprendidos,
los caminos desechados desde la lucidez, los rumbos abandonados desde el
cansancio o la indolencia, y aquellos otros, los interrumpidos por la
intolerancia, la codicia o la envidia.
Nadie
conoce el código que devele la cifra de lo que pudo haber sido. Todos
intentamos imaginar esos ríos de eventos desde los cauces que no abrimos. Y,
las más de las veces, como si con ello lográramos vernos en esos futuros desechados
que, por un destino inexplicablemente esquivo, habrían de ser mejores que este
presente que ahora nos parece, de bifurcación en bifurcación, torpemente plasmado.
Cuando
esta fabulación nos acontece, difícilmente advertimos que en esa trama
laberíntica -necesariamente imaginada- de una existencia cuya temporalidad se
articula en infinitas posibilidades de rupturas, convergencias, simultaneidades,
ese yo posible del deseo -no circunscripto a ninguna determinación o
circunscripto a todas- jamás podrá tener la individuación y la identidad del yo
real e histórico.
ooo
Esta
consistencia de ser adquiere día a día su realidad -su concreción histórica, su
espacio y su tiempo, su habitat y sus raíces- en la aceptación de la
precariedad y del riesgo que toda bifurcación comporta en la respuesta que
demanda. El camino para el hombre es éste: el de la interpelación contínua
-personal e ineludible- que sobre él ejerce su ser en el mundo. Y el de la respuesta
que, en su concreción, ha de ser una -no dual- en la opción necesariamente
irrevocable que de un sendero hace un camino real del ser en el mundo, y, del
otro, una posibilidad en el laberinto infinito de todas.
Respuesta
que nunca es definitiva porque no hay bifurcación que lo sea. Lo definitivo es
el camino que, de opción en opción, de renuncia en renuncia, de riesgo en
riesgo, se va trazando y que es, finalmente, uno mismo como expresión viviente
de una posibilidad realizada o fallida de la Creación.
ooo
La
interpelación siempre supone un “tú”. No somos interpelados para el hacer como
finalidad sustantiva y última, sino para amar desde la entrega de la totalidad
de sí. Hacer para el hombre es amar. Hacer es crearse a sí mismo -en cada
interpelación de la existencia personal del “aquí” y “ahora”- para la entrega
-valiosa para el “tú”- de sí. Ser es hacerse habitable, dador de los mejores
frutos en uno madurados, acogedor y hospitalario. Una tienda y un hogar en la intemperie.
Si la
respuesta es otra, si otros son los senderos, el laberinto de las posibilidades
que cada uno no ha sido habrá dejado paso a una historia -a un espacio y a un
tiempo- del caos inhabitable, de la desolación, de la miseria, del hambre y de
la necedad. Como inahbitable, desolado, mísero, hambriento y necio es ese
laberinto de círculos incomunicados que Dante, llamándolo Infierno, describió en La Divina Comedia como reflejo de la historia de su
tiempo. Como inhabitable, desolado, mísero, hambriento y necio es este
laberinto de círculos incomunicados que, día a día, los poderes protagónicos de
nuestra civilización -desde el exterminio físico, económico e ideológico-
levantan sobre el planeta.
Lo
imposible para el hombre se halla en sus posibilidades de negarse a la
interpelación que su ser en el mundo le formula en términos de vida. La posibilidad
real de lo imposible está en la respuesta que, frente al mandato de elegir la
vida, opta por la muerte. La vida es posible, pero a ella se le opone -y muchas veces neciamente se le impone- la
realidad de la devastación.
ooo
No ha
de ser la inmadurez fantasiosa del laberinto infinito de lo posible lo que ha
de enajenarnos de la respuesta positiva, día a día, a la interpelación concreta
por la vida. En ese laberinto de lo posible el hombre se pierde tornando
imposible su vida. Ella ha quedado lejos. No necesariamente por una simple e
inmadura omisión de lo bueno. Sino por la omisión de la respuesta válida a la
interpelación. La de elegir ser, que
es tornarse un “yo” pleno y habitable. Una tienda y un hogar en la intemperie.
Una posibilidad realizada, no fallida, de la Creación.
Esta
parece ser la lúcida verdad de lo que es necesario y suficiente.
1 comentario:
TIENE ALGO BORGEANO. ADEMÁS DA INDICIOS DE UNA ESTRUCTURA PSÍQUICA QUE AHONDA EN EL PENSAMIENTO, EN LA BÚSQUEDA, QUE SIENTE.
ES MUY HERMOSO
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