miércoles, 17 de marzo de 2010

Diré tu nombre en mi soledad...

Diré tu nombre en mi soledad,
sentado en las sombras de
mis callados pensamientos...
Y lo diré sin palabras y sin razón...
RABINDRANATH TAGORE

    Si con simplicidad de espíritu buscas una definición de ese Algo, al que llamas con el nombre "Dios" -u otro para ti equivalente- sin enmarañarte en densas y complejas especulaciones de teólogos y filósofos, o de ciertos místicos escribientes, imagina ésta, simplísima: que Dios es tu mano. Y haz este ejercicio que cierta vez me enseñara un maestro espiritual -no un filósofo, no un teólogo, no un místico escribiente- que sabía hablarle al alma desde lo más hondo de ella porque, según podía inferirse de sus palabras, había sido el Desierto de Dios su Maestro. Es así:
    Mira tus propias manos. Sabrás si eres ateo o no. Míralas. Si cerradas o abiertas.    Si perezosas o activas. Si lentas o rápidas. Si desmoronan o edifican. Si arrasan o siembran. Si dejan caer o sostienen. Si abofetean o consuelan.
     Por ellas haces a Dios en ti. Lo recreas y te creas cada vez que la ofrenda que de ellas mana incrementa vida en la vida de tus semejantes.
     Cuando ya no adviertas que son tus propias manos las de tu prójimo, algo de eso que llamas Dios estará acaeciendo en ti. Si eso ocurriera, no lo sabrías. Tan sólo una sospecha te nacería cuando, al intentar cerrarlas, sintieras dolor e imposibilidad.
     En ello estriba lo necesario. Pero podrás sentirte solo y ser esta insuficiencia la que te entristezca. Cúbrela, si así te pesa. Concédete la oración a ese Algo que te habita. Y, en lo recóndito de ti, ora sin palabras -no las hay ni para contenerte ni para contenerLo-. Será la paz la respuesta. Y sentirás que ella te es suficiente.
     (No busques palabras que Lo nombren. No las hay. Como amor no es "amor", sino amar, que carece de nombre...)

1 comentario:

ARCA dijo...

Bienaventurado, tú,
que tuviste tal maestro,
cuyo Maestro
fue el DESIERTO DE DIOS.

Bienaventurado, tú, cuyas manos
transforman cuanto tocan:

Bienaventurados
quienes por tus manos
son tocados…

porque…
mitigan dolores,
prodigan ternura,
curan heridas,
confieren paz.

porque…
encuentran consuelo,
reciben dulzura,
hallan esperanza,
descubren que hay Dios.

Amabeli Cadena




Atahualpa Yupanqui, argentino,
compuso este poema musical
desgarrador para los sin Dios,
para los que no tuvieron
manos como las tuyas que los
persuadiera de que existe eso
que llamamos “Dios”.



Un día yo pregunté:
“Tata, que sabe de Dios”,
Un día yo pregunté:
“Tata, que sabe de Dios”.
Mi padre me miró triste,
y nunca me respondió.

Al tiempo yo pregunté:
“Qué sabe, abuelo, de Dios”.
Al tiempo yo pregunté:
“Qué sabe, abuelo, de Dios”.
Mi abuelo bajó los ojos,
y nunca me respondió.

Mi padre murió en los montes
sin cura ni confesión.
Mi padre murió en los montes
sin cura ni confesión.
Lo velaron unos indios,
flauta de caña y tambor.

Mi abuelo murió en las minas
sin ayuda del doctor
color de sangre minera
tiene el oro del patrón.

Mi abuelo murió en las minas
sin ayuda del doctor
color de sangre minera
tiene el oro del patrón.

Mi hermano vive en los montes,
y no conoce la flor.
Mi hermano vive en los montes,
y no conoce la flor.
Sudor de sangre y malaria
es la vid del leñador.

Y que nadie le pregunte
si sabe algo de Dios.
Y que nadie le pregunte
si sabe algo de Dios.
Por su casa no ha pasado
tan distinguido Señor.

Yo canto por los caminos,
y cuando estoy en prisión.
Yo canto por los caminos,
y cuando estoy en prisión.
Y oigo las voces del pueblo
que cantan mejor que yo.

Que Dios exista, tal vez,
tal vez sí y tal vez no.
Pero es seguro que almuerza
en la mesa del patrón.

Que Dios exista, tal vez,
tal vez sí y tal vez no.
Pero es seguro que almuerza
en la mesa del patrón.

Pero hay algo en esta vida…
Pero hay algo en esta vida
más importante que Dios.
Pero hay algo en esta vida
más importante que Dios…
es que nadie escupa sangre
pa’ que otro viva mejor.

Atahualpa Yupanqui
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Amabeli Cadena