domingo, 9 de enero de 2011

EN EL PRINCIPIO FUE LA BELLEZA


En el principio fue la belleza, el esplendor de la vida en el esplendor de sus formas.
Luego fue la experiencia del sufrimiento. Desde el primer e inexplicable gemido hasta la pérdida abismalmente inexplicable del hijo.
Más tarde apenas, fue, de ello, la perplejidad.
Así nació esa trinidad primordial que fue la de la belleza, el dolor y el desconcierto.
Por último, brotó del humano el amor. Fue éste la unidad de esa trinidad. Amor que fue y es belleza, dolor y desconcierto. Unidad y trinidad que acontecen en el fugaz transcurrir de la vida de los hombres según modos únicos y distintos, desde esa abismal e inconmensurable distancia que aísla y emparenta a cada uno de los humanos.
Acerca de esto habla el decir del hombre a través de los siglos. Y sin que sus palabras puedan ser carnadura de su dios. Sólo desde el silencio de sus hechos se hace pleno el amor, en su preñez de belleza, dolor y desconcierto.
Y el amor se hace carne en la ternura.
Y es esta encarnadura la que da a nuestra infinita finitud una posada en el universo.

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