jueves, 10 de junio de 2010

Entre las páginas de una vieja agenda


    Encontré hoy, entre las páginas de una vieja agenda, una servilleta de café. En ella están escritas algunas frases, como si fueran las de un credo. La tinta está un tanto corrida. La letra, apresurada, es mía. Lo escrito está fechado sin año: 9 de diciembre. Pensé, por el nombre y dirección del bar que allí figura, que pudo haber sido en 1986, en una ciudad del sur que -en razón de mi trabajo- por entonces frecuentaba. Ignoro las circunstancias o las experiencias que me habrían inducido a escribirlas. Dicen así:

   Creo en las palabras verdaderas, en aquellas desesperadamente nacidas a pesar de la  esperanza de muerte que les pudo significar la promesa de su nacimiento.
   Creo también en aquellas otras, en las que dolorosamente pujan, una y otra vez,  por desprenderse del límite.
   Y en aquellas, misteriosas en su destino, que aun alimentan esperanzas desde el gesto  roto de quien naufragó en su soledad.
    Amo la palabra del hombre. Su torpe balbuceo en el intento de nombrar el Universo.

    A veces, como hoy, encuentro viejas servilletas de bares, escritas en jirones de tiempo arrancados a mi trabajo, a mi descanso o a mi ocio. Cuando las despliego, me parece recuperar mi aventurera curiosidad de niño en busca de enmohecidos tesoros, partiendo de mapas roídos e indescifrables. Son escritos que, quizás por su propio y peculiar modo de existencia -el de seres marginales ansiosos de ser un día descubiertos y que, satisfecho este deseo, olvidan, no obstante, el mensaje-, me resultan de verdad, a la par que inquietantes, extrañamente familiares. Textos que intento oír, descifrar su balbuceo, con la poco razonable esperanza de recuperar algo de ese algo que en mí aconteció y que vanamente intentó contener su plenitud en ellos. Y con la esperanza, también ilusoria, de poder reencender, más tarde, una vez satisfechas banales urgencias, la misma luz en el mismo candil...

    Son savia seca dibujando palabras en papeles olvidados. Residuos de savia otrora viva que me aflora en iluminaciones fugaces e inesperadas, de cuya alquimia nada sé y cuyo destino ignoro.

    No es lo no dicho lo que me inquieta. Ni las ficciones que de ello el intelecto construye en mi imaginario. Son esos textos que, como frías inscripciones en lápidas de papel, torpemente remiten -y callan- a aquello que presiento haber estado, en mí, milagrosamente vivo.

    Hay un misterio de enigmáticos oráculos en esas servilletas. Algo mío, y algo ajeno, no mío, en ellas...

    Me parece -o quizás oscuramente deseo- entrever que detrás de papeles y ocios, de palabras y de reticencias, de pensamientos fugaces y de atisbos inquietantes, hay una vida que palpita -infante e inefable- y de la que en vano pueden ser, esas palabras resecas, fieles mensajeros de ida o de regreso.

    Sin embargo, hay en mí como una pasión de escribiente que de tarde en tarde se derrama en servilletas de bares. Mientras mi vida continúa no dicha y como si cada uno de sus latidos fuera el semen postrero que, en muertes no del todo consumadas, una y otra vez se derramara.

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