viernes, 22 de enero de 2010

Alfonsina Storni. Apuntes sobre una visión de lo humano. (1)







MI FATALIDAD (2)

No pretendo engañarme... Bien que me lo sé yo.
Era mi predilecto y por eso se murió.
..................................................
No sé si habré sido contagiada de mal.
Van tres veces que planto y se me muere un rosal!

Así murió en mis manos todo lo preferido
Y se fue de mi lado sin merecer olvido.
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Cada vez que un capullo se cierra en mi jardín
Suelo mover los labios atacada de esplín

Para decirme: Vamos! Bien lo sabia yo!...
Era mi predilecto y por eso murió.

Hay un saber experimentado en Alfonsina. Un saber inmune a todo autoengaño, absoluto e incontrovertible. Y una certeza que lo envuelve, tan dura e impenetrable como la de cada creyente. La de que todo lo predilecto habrá de tener como destino la muerte, y la de que todo lo que ella, Alfonsina, ame, habrá de morir en sus propias manos. La muerte acaecerá con la obstinación de lo ineludible. Todo lo predilecto habrá de morir. Esa es la ley. Esa es la Fatalidad.

No es, en realidad, ni el objeto ni la persona amada la victima de esa ley fatal. Lo es la poetisa que piensa haber nacido marcada, perversamente predestinada por un mal, oscuro e inapresable, que se manifiesta en la imposibilidad de retener lo que con predilección ama y de evitar su agostamiento. Nada puede hacer ella por su rosal moribundo y, desde esta impotencia, nada por sí'. El dolor es de ella, que es la amante. No del rosal. El rosal muere, no importa si muere para sí. Muere para ella ("se me muere un rosal"). Nada pierde el rosal con la muerte. Todo lo pierde su amante.

Tres veces plantó. Tres veces y un rosal. Pero, ¿fueron tres? ¿O fue siempre un mismo rosal? Quizás fue uno, el mismo, pero, cada vez, de colores distintos, de ramas y de espinas distintas. Uno y muchos. Y todos. Que habrían de morir eternamente en sus manos, sin que nunca naciera el uno que no se hubiera de agostar. Así es la ley que a ella la condena a vivir en un cementerio de rosales...

Es toda vivencia poética una metaforización de la propia experiencia vital. Esta experiencia de la imposibilidad del amor, por la indefectible y reiterada muerte del amado, sería el material vivencial del que surge la metáfora vegetal. Y el que el rosal muera precisamente por ser amado es, a su vez, para el que desde el amor lo planta, muerte: que es tedio de vivir, melancolía, "esplin". Mal metafísico sustancial que agosta, desde la supresión de la posibilidad del amor por la evanescencia mortal del amado, todo intento vital.

Y en esto, quizás, se cifre una filosofía implícita de la existencia. La del primado de la muerte sobre el amor. La de que todo amor es mortal. Y, también, la de que es el amor del amante la razón de toda muerte. Detrás de la cifra, subyace, oculta, una conciencia desgarrada, profunda, dolorosa: la de la incumplibilidad del Deseo. Conciencia última de la precariedad de lo humano. Conciencia del límite absoluto que cierra toda creaturalidad desde el seno mismo de su ser. Y es quizás esta dimensión aquella a la que, sin nombrarla, apunta el lenguaje transferencial de su metáfora poética.

Quizás sea lo intolerable de la objetivación de este mal metafísico la razón de la internalización de lo fatal en la propia actitud vital, como si de este modo pudiera tornarse habitable la propia vida en la apropiación internalizada, ya que sólo desde ésta la tematización poética haría posible dominio y convivencia. Y, así, en aquellos versos de "La loba" Alfonsina expresa su apropiación:
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor.3
No obstante, en "Rebeldía" nos dice que:
Amo todas las auroras y odio todos los crepúsculos.4

Y uno se siente tentado de pensar que morirán todas las auroras amadas y permanecerán vivos todos los crepúsculos. Porque, finalmente, toda rebeldía poética es evasión lírica frente a la férrea ley que condena a muerte al amado. Pero también cabe preguntarse si, a pesar de la lucidez del mal, no es la tematización poética la que deja un resquicio creatural como para que un amor, también creatural, cubra con su hálito todas las auroras.
Esto así era en 1916, cuando nació "La inquietud del rosal". Y quizás fue de alguna raíz de ese inquieto rosal la savia que dio vida a aquellos dos versos de "Ocre", nueva años más tarde:
Yo soy la mujer triste
A quien Caronte mostró su remo.5

Y, en la última estrofa del mismo poema (La palabra), un nuevo florecer de la rebeldía:
Me salí de mi carne, gocé el goce más alto:
Oponer una frase de basalto
Al genio oscuro que nos desintegra.6

Pero seguirá persistente e incólume el pensamiento de la frustración esencial, el de la muerte que troncha el objeto amado del deseo. En 1934 -dieciocho años ya han trascurrido desde "La inquietud del rosal" y faltan tan sólo cuatro para su deceso-, "Mundo de siete pozos", en su poema "El Hombre", nos dice:
Kilómetros en alto la mirada le crece
y ve el astro; se turba, se exalta, lo apetece:
una Mano le corta la mano que levanta.7

Y ese pensamiento hecho poema emerge de la cabeza humana, emerge de ese "mundo de siete pozos", desde allí donde:
Se balancea,
arriba,
sobre el cuello,
el mundo de los siete pozos:
la humana cabeza.8

Es el lugar y el origen de la palabra, de la primavera, de la tormenta, de lo dicho y del silencio, del ángel y de la mariposa, del sonido y la furia, de aquellas auroras y aquellos crepúsculos. Frente a él, inevitable, hay una luz, una luz que no es él, que es lo Otro, la Fatalidad, la Mano, el Genio Oscuro, la Muerte. Y que se revela también en el bellísimo y abismalmente melancólico endecasílabo de la última estrofa del citado poema:
Y riela
sobre la comba de la frente,
desierto blanco,
la luz lejana de una luna muerta...9

Quizás sea este endecasílabo el paisaje en el que vemos sobreimpreso su mundo de siete pozos. Con su nombrar la vida y la muerte, y con su verbo de silencio para nombrar Lo Innombrable. Asomada toda ella hacia aquello indecible que sólo el coraje del poema intenta en el silencio final de las cadencias.


1 He escrito estos apuntes en enero de 1989 a pedido de Guillermo Storni, sobrino nieto de Alfonsina. En 1992, los he levemente retocado. Los textos de Alfonsina utilizados han sido tomados de Alfonsina Storni, Poesías. 50 Aniversario, Sociedad Editora Latinoamericana, Buenos Aires, 1988.
2 O.c., p. 15
3 O.c., p. 17
4 O.c., p. 18
5 O.c., p. 99.
6 O.c., p. 100.
7 O.c., p. 143.
8 O.c., p. 114.
9 O.c., p. 114.


1 comentario:

ARCA dijo...

¡Perfecto! Alfonsina Storni ha sido un enigma para mí. Ahora que he leído estos “apuntes” como usted los llama, puedo vislumbrar, quizá, un poco más su personalidad.

“¡No es, en realidad, ni el objeto ni la persona amada la víctima de esa ley fata! Lo es la poetisa que piensa haber nacido marcada, perversamente predestinada por un mal, oscuro e inapresable, que se manifiesta en la imposibilidad de retener lo que con predilección ama y de evitar su agostamiento”.

Dicen que creer es crear. Y quizá su convicción no dejó una rendija por donde entraran otros pensares que disiparan el maleficio autoinfligido.

“Ella está consciente del límite absoluto que cierra toda creaturalidad desde el seno mismo de su ser”. ¿Acaso se sentía estéril? Tal vez solo respecto de esa tremenda íntima creencia ya mencionada. ¿Acaso ello produjo tan espléndida poeta?

“Pero también cabe preguntarse –dice usted– si, a pesar de la lucidez del mal, no es la tematización poética la que deja un resquicio creatural como para que un amor, también creatural, cubra con su hálito todas las auroras”. ¡Ojalá!

El poema que sigue fue el que me dejó entrever apenas hace poco, a una mujer en paz con la vida: sin acreedores ni deudores.

LA MIRADA
Alfonsona Storni

Mañana, bajo el peso de los años,
las buenas gentes me verán pasar,
mas bajo el pelo oscuro y la piel mate
algo del muerto fuego asomará.

Y oiré decir: ¿quién es esa que ahora pasa?
Y alguna voz contestará:
"Allá, en sus buenos tiempos,
hacía versos. Hace mucho ya".

Y yo tendré mi cabellera blanca,
los ojos limpios,
y en mi boca habrá una gran placidez,
y mi sonrisa, oyendo aquello, no se apagará.

Seguiré mi camino lentamente,
mi mirada a los ojos mirará;
irá muy hondo la mirada mía,
y alguien, en el montón, comprenderá.

Amabeli Cadena