miércoles, 20 de enero de 2010

Prosas de una vigilia («la de los ojos abiertos» en el decir de Macedonio Fernández).





I

     Un texto de letras talladas en oro y ébano, de alineación perfecta sobre un muro de igual metal. Bloque enigmático de escritura tan bella como ignota. Grafismos geométricos, apacibles en su perfecta armonía de líneas, brillos y penumbras.

     Contemplé ese muro majestuoso sin intento alguno de lectura, ni de hurgar en su recóndito significado. No eran sus letras, sino su urdimbre armónica y luminosa lo que de él me atraía. Duró ello un instante. Sentí el aliento de un ángel hecho susurro en mis oídos: -Mira y no pienses, me dijo.

     Desperté. Ni el muro ni el ángel estaban. Y escribí este sueño con mano trémula enmarañándose mis letras en esa urdimbre soñada.

II

     Siete figuras blancas, longilíneas y mitradas, cargaban sobre sus esmirriados hombros el ataúd del Anciano muerto. Pausados y sigilosos lo depositaron frente a las rejas, altas y negras, de Aranjuez. Así los vi desde una callejuela que allí se asomaba. Y me dije: -Alguien ha de enterrar ese cuerpo.

     Cargué su pesadez sobre mis hombros, empujé las rejas y, mientras atravesaba el dintel, desperté de mi sueño.

     Siempre me pregunto sobre ese abandono, y la sepultura nunca consumada. No sobre el Anciano, porque en el sueño supe su nombre.

III

     Vi, en una noche iluminada por un apacible y dorado plenilunio, un lodazal de fangosos excrementos que se extendía hasta donde mi visita no alcanzaba.

     Luego me vi en el interior austero de una precaria choza enclavada en la desolación de ese paisaje. Estaba sentado frente a una mesa de rústica factura. Un triángulo de luz polvorienta e intensamente dorada descendía sobre mí. Fue entonces que una voz me ordenó salir del lodazal y llevar el pan a la multitud que –yo sin saberlo- la habitaba. Respecto del pan al que ese mandato se refería, entendí que no era el mío. Por otra parte, no había pan alguno en la pobreza de esa despojada choza que me albergaba.

     Con aquella voz todavía en mis oídos y con la premura con que ese mandato me acuciaba, desperté de mi sueño.

     Han transcurrido muchos años. De tanto en tanto pueblan mi vigilia –aquella “la de los ojos abiertos”- el lodazal, la desolación, el hambre ajeno, el misterioso pan no mío, el mandato y el desconcierto de ese ya lejano despertar.

ooo

  
Me sucede, a veces, recordar sueños peregrinos como éstos. Los escribo como testimonios de aconteceres extraños que suelen darse en ese tenue horizonte que separa nocturnidades de despertares. Allí donde las metáforas, como afiladas sombras, se alargan sobre las soleadas vigilias en pos del enigma de aquello que, no obstante la luminosidad de la vivencia, nunca podrá ser dicho.

1 comentario:

ARCA dijo...

a. de Kronoscopio


Vehículo mágico,
que me transportas
en el tiempo y espacio
al momento y lugar
que yo elija.

Vehículo mágico,
que me puedes conducir
a visitar a Sócrates, Bacon,
Maquiavelo o Voltaire.

Vehículo mágico,
que puedes hacerme entrar
al laboratorio de Da Vinci,
Galileo, Los Curie o Pasteur...

Vehículo mágico,
que me permites
recorrer la historia
y hurgar en la prehistoria...

Vehículo mágico,
que me das acceso
al corazón y mente
de buenos y malos...

Vehículo mágico,
que me haces testigo
de las emociones
del jerarca de las letras:
el poeta...
Y que me abres las puertas
del mundo virtual
del príncipe de la ficción:
el narrador.

Vehículo mágico,
gracias...
¡Contar contigo es
como vivir mil vidas!

Arca



d. de Kronoscopios

Vehículo mágico,
gracias por mostrarme
que me puebla la ignorancia
y la sed y el hambre de saber;
la sed y el hambre de entender.

Vehículo mágico,
gracias por mostrarme
que no soy digna aún
de penetrar lo ignoto
por más que explore
cada signo que lo enuncia,
cada silencio que lo esconde;
cada palabra que lo vela;
cada silencio que grita.

Vehículo mágico,
contar contigo
a veces,
me invade de
desconsuelo.

Arca